viernes, 26 de enero de 2024

De brujas y fantasmas

Jamás había escuchado de brujas, fantasmas ni espíritus en Trelew más que algunas historias que a menudo me resultaban entretenidas sobre ruidos y movimientos extraños en algunos rincones específicos de la base. 

Ese no era un matrimonio para desconfiar. Ambos manejaban un remís con el que se procuraban el trabajo diario y en todo momento se mostraban muy amables cuando llamaba a uno u otro para hacer mis viajes, que por alguna razón siempre terminaban en conversaciones sobre sus anécdotas como miembros de una iglesia que, según ellos, les había cambiado la vida. 

Esa noche me desocupé tarde, eran casi las once y en la ciudad ya no se veía movimiento. Esperé unos minutos a la salida de un restaurante no muy concurrido de la zona y, antes de que pudiera sacar mi celular para leer un mensaje, llegó. 

-A la base -Le dije después de saludarla. 

Ella no contestó. Aunque por lo general le gustaba conversar, intuí que aquel sería un trayecto callado.

Afuera solo había monte y la poca luz de las farolas del auto que iluminaban la ruta unos pocos metros delante. Estaba cansada. Miré al suelo unos instantes en un intento por descansar hasta que su voz repentina me despertó. De su boca comenzaron a salir palabras extrañas en un lenguaje que no conocía y al alzar la vista noté cómo me miraba fijamente a través del retrovisor mientras repetía su lengua como si de un conjuro satánico se tratara. Un frío helado me paralizó el cuerpo. Sus ojos celestes como dos diamantes se clavaron en los míos y supe, por la frialdad de su reflejo, que había detectado mi miedo. Sin dejar de mirarla contuve mi respiración y arrugué entre mis manos el tapizado del asiento con todas mis fuerzas como si una capa de invisibilidad me protegiera al hacerlo. 

Miré hacia los lados para bajarme del auto, pero estábamos en medio de la nada. Apenas pude imaginar lo absurda que sonaría la historia al día siguiente si contara que volví a la base caminando kilómetros y kilómetros de ruta en soledad por temor a una mujer que creí poseída por un demonio. 

Ella esbozó una sonrisa casi perversa y, volviendo la vista al volante, soltó impávida: 

-Sucede después de ciertos rituales que hacemos en mi iglesia…

No pude responderle. Noté la fuerza de mis dedos rasguñando el tapizado y de a poco fui abriendo mis manos para soltar la cuerina que envolvía el asiento. No sé en qué momento llegamos a la base. El auto se detuvo frente al portón de ingreso y bajé de él con el terror apenas dejándome controlar el movimiento de mis piernas. Con una mueca saludé al suboficial de guardia que custodiaba el acceso y me alejé de su vista mientras recuperaba la compostura. De camino hacia el edificio donde se ubicaba mi camarote, me llevé las manos al pecho y las apreté contra él impidiendo que el corazón se me escapara del cuerpo.

Cerré los ojos. Ya estaba segura. 

Nunca supe lo que sucedió aquella noche. Volví a verla tiempo después, pero ninguna tocó el tema. En el fondo sabía, que ella sabía, que la había descubierto…