jueves, 23 de abril de 2015

La luz de los milagros


Mi padre solía decir que los milagros ocurren de una manera muy distinta a cómo uno los imagina. Una noche cuando volvió de trabajar, se sentó en la mesa a la hora de la cena y nos contó sobre una alumna que había estado faltando a sus clases repetidas veces y que, cuando le preguntó qué sucedía, ella contestó que le habían descubierto cáncer a su hermano. Desde aquella triste noticia ni ella ni su hermano eran los mismos. Sus rostros reflejaban la tristeza y la desesperación de quien ha olvidado cómo planear a largo plazo...

Sin embargo, una tarde cualquiera (o quizás no tan cualquiera), la sorpresa tocó sus puertas y con una sonrisa de oreja a oreja como si el mundo le hubiera dado su mejor regalo, ella estalló de felicidad y le contó a mi padre: -¡Fue un milagro, maestro! ¡Mi hermano nunca estuvo enfermo! ¡Nunca tuvo cáncer! ¡Un milagro!

Escuchándola y compartiendo también esa inmensa y contagiosa felicidad, mi padre le preguntó: -¿Pero un milagro? ¿Por qué un milagro, Mercedes? Si su hermano nunca estuvo enfermo...

Y la alumna, quizás ahora la persona más dichosa sobre la tierra, le contestó: -Sabe, maestro, los milagros no consisten solamente en convertir el agua en vino o en multiplicar los panes, los milagros también suceden cuando en medio de tanta oscuridad surge una luz, por pequeña que sea, que le ilumina la vida cuando creía haberlo perdido todo...

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